sábado, 21 de abril de 2012

En el nombre del libro: Hacia una nueva Alejandría





En el nombre del libro

Hacia una nueva Alejandría


Por María García Esperón


En el nombre del libro… Hacia una nueva Alejandría… ¿Qué hay en estas expresiones, en estas palabras que dan título a la charla que sostendremos hoy, en una tarde mexicana del siglo XXI y del incipiente tercer milenio?
Hay mucha historia. Hay esperanza en la palabra, en la comunicación entre los seres humanos y hay una voluntad por ir hacia el pasado para traer sus mejores tesoros a este nuestro presente que nos aparece a veces desorientado, perplejo, hambriento de palabra, de sueños, hambriento de libertad y de libros.
Los libros, dijo Jorge Luis Borges y me gusta repetirlo, son extensiones de la Memoria y de la Imaginación. Así, con mayúsculas: Memoria. Imaginación. Memoria para los antiguos griegos era una diosa, Mnemósyne y era la madre de las Musas, por tanto la madre de las artes y de la historia.
Imaginación es la facultad relacionada con esa capacidad que tenemos los seres humanos de convertir nuestros sueños en realidad.
Otro poeta, Federico García Lorca, dijo que los mitos creaban al mundo.
Y el mito es en muchos sentidos un sueño.
Y el mito es en muchos sentidos una palabra.
Los sueños y las palabras, queridos amigos, crean el mundo. O mejor: crean un mundo más pleno, más sensible, más bello.
En esa creación de mundos bellos, sensibles y plenos, el instrumento  por excelencia es el libro. Y en su nombre les propongo que hagamos un viaje en el tiempo y en el espacio y nos traslademos desde el tercer milenio al primero –unos trescientos años antes del primero-; del siglo XXI al siglo IV a.C., del fugitivo presente al misterioso pasado.

Y en el nombre del libro brota el nombre de una ciudad: Alejandría. El faro del mundo antiguo. La Ciudad del Faro. La Ciudad de la Biblioteca. La primera que justamente podría llamarse la Ciudad del Libro.
Antes de ser una ciudad, Alejandría fue un sueño. El sueño de un ser humano excepcional, que se llamó Alejandro y a quienes sus contemporáneos y la posteridad honraron con el epíteto de El Grande, el Magno. Alejandro Magno.
Este gran soñador, como han sido aquellos que nos han entregado el maravilloso mundo en que vivimos, además de ser príncipe de Macedonia, guerrero por destino y conquistador del mundo, era un apasionado del libro, que por aquel entonces tenían forma de volúmenes, esto es, de rollos. Es fama que dormía con los rollos de la Ilíada y con una daga macedónica bajo la almohada. Las letras y el poema homérico lo impregnaron de tal modo que su conquista de Oriente se inicia en Troya –en la actual Turquía- donde dejó una ofrenda en el túmulo de Aquiles. Siempre quiso comportarse a la altura de los héroes que veneraba, ser digno de los dioses y ser digno de sus sueños.
Por eso la ciudad que lleva su nombre, la inmortal Alejandría de Egipto, participa de esta cualidad misteriosa. Es un mundo surgido de un soñador. Es un mundo surgido de un nombre. De todo eso que resonaba en el nombre de Alejandro.
En Egipto, donde fue aclamado como Libertador, navegó de Menfis al Delta y en las proximidades del Lago Mareotis visualizó el sitio ideal para hacer una ciudad. Estaba tan convencido, miraba tan bien el futuro, que arrastró a arquitectos e ingenieros en una caminata frenética: aquí será el mercado, aquí el templo, aquí el camino real. Quería dibujar la ciudad en el suelo pero no tenía cal, y un hombre le ofreció un saco de harina. Casi inmediatamente después de trazada sobre la base de la clámide (capa) macedonia, las aves descendieron a alimentarse y esto se convirtió en un oráculo. Alejandría alimentará a muchas generaciones de hombres.
Pues ese sueño nos sigue alimentando.
Alejandro no vio construida su ciudad. Llegó a ella muerto, momificado en un carro magnífico. Su compañero de armas Tolomeo, que reinaba en Egipto, logró quedarse con el cadáver real que todos disputaban, para de este modo hacer sagrada la ciudad de Alejandría, la nueva capital de Egipto.
Y se construyó una tumba magnífica, llamada a veces Sema y a veces Soma, que en griego significan respectivamente, Tumba y Cuerpo. Ya Alejandría estaba dividida en cinco barrios, designados con las primeras letras del alfabeto griego: alfa, beta, gamma, delta, épsilon, que tradicionalmente componen por sus iniciales una frase griega: Alexandros basileus genos Dios ektise genos aeimneton (Alejandro, hijo de Dios construyó una ciudad memorable).
La ciudad del Faro. La Ciudad del Museo. La Ciudad de la Biblioteca.
Nunca tantas cosas han sido pensadas por tantos sabios extraordinarios en un solo lugar: la Biblioteca.

Aristarco de Samos entrevió el giro de la tierra alrededor del Sol, calculó las distancias relativas entre el sol, la tierra y la luna. Hiparlo de Nicea vislumbró la precesión de los equinoccios. Aristófanes de Bizancio edificó el primer diccionario y Euclides alumbró su geometría. Allí los poetas del mundo helenístico avanzaban ilusionados y vestidos de blanco para hacer entrega de sus volúmenes. Allí pasaron admirados Julio César, y Augusto y ahí y sólo ahí se tradujo la Biblia al griego.

La Biblioteca… ¿qué era, que no es la biblioteca sino un diálogo con la cultura? El diálogo no se puede destruir, no se puede quemar. Cuando los árabes tomaron Alejandría en el siglo VII la cultura grecorromana estaba exangüe. Ya los cristianos habían despedazado a la matemática Hypatia y arrancado las inscripciones jeroglíficas del templo de Filoé.

Dijo Bernard Shaw en su obra “Antonio y Cleopatra” que la Biblioteca de Alejandría es la Memoria de la Humanidad. Esta Memoria es sagrada, ¡sigue siendo una diosa! En su nombre y en el del libro volvamos de este viaje de palabras que hemos hecho, retornemos de los orígenes deseados y contemplemos desde el siglo XXI y el albor del Tercer Milenio la posibilidad de una nueva Alejandría, brotada también de un sueño, y hecha a la medida humana, como la antigua fue trazada siguiendo el contorno de la capa de Alejandro.

Hace 7 años, yo le escribí en forma de novela una larga carta a Alejandría, a una ciudad sumergida, a una Biblioteca quemada, borrada o hundida, a un faro de ojo ciego. Esa carta siguió un camino que yo solamente podría describir como mágico: ganó un concurso internacional, se convirtió en un libro, fue distribuido en varios países latinoamericanos y se llama precisamente “Querida Alejandría”, uno de los libros que conforman la selección del proyecto “Libros Libres” que hoy me trae ante ustedes. Este libro ha transportado mi sueño y lo ha puesto ante los ojos de muchos jóvenes, principalmente, a los que he podido transmitir mi amor por Alejandría, por su biblioteca, por su conocimiento y por su poesía.  Quiero pensar (y quiero soñar) que todo esto construye una nueva Alejandría donde no hay fronteras ni barreras ni guerras ni incendios ni destrucción de bibliotecas, sino un diálogo que construye humanidad.

Un sueño es un acto íntimo. Surge de la interioridad más profunda, de ese lugar donde duermen y se alimentan nuestros anhelos, nuestros deseos. No hace falta ser ni famoso ni poderoso ni personaje histórico para que ese acto íntimo que se llama sueño  se ponga en operación y nos entregue y entregue a los demás un mundo nuevo y esperanzado, una nueva Alejandría.
En el nombre del sueño y en el nombre del libro, muchas gracias.


*Conferencia pronunciada en el Auditorio de Bancomer para el lanzamiento del programa Libros Libres, auspiciado por Ediciones El Naranjo, en la institución.

La presentación a cargo de Raúl Henry

Con Angélica Antonio y Raúl Henry frente a los libros libres

Con Ana Laura Delgado y Raúl Henry

Con Nora Patricia, doctora en medicina y lectora impresionante.