miércoles, 20 de febrero de 2013

Una literatura desde la Historia

Feria del Libro Cuba 2013

IX ENCUENTRO TEÓRICO NIÑOS, AUTORES Y LIBROS.
Una merienda de locos
Lunes 18 al 20 de febrero de 2012
Sociedad Cultural José Martí
Día 20 de febrero de 2012
10.00 AM:
10.15 AM: Conversatorio Los héroes de ayer, hoy y siempre (Apuntes sobre una literatura desde la Historia), María García Esperón (México)
Presentador: Enrique Pérez Díaz


Una literatura desde la Historia

María García Esperón


Muy buenos días tengan todos ustedes.

Es para mí un honor el poder hacer llegar estas palabras a los jóvenes lectores cubanos a través de un portavoz de privilegio, ese ángel con mayúsculas y en griego –ánguelos, mensajero- que es Enrique Pérez Díaz, uno de los autores de literatura infantil y juvenil más importantes a lo largo y ancho del mapa hispanohablante o hispanosoñante, con quien me une la más hermosa de las amistades y a quien profeso la más grande admiración.

Me toca vivir aquí, a través de Enrique y entre todos ustedes una de las mayores alegrías a las que podamos aspirar quienes nos dedicamos a las letras, a las letras para jóvenes: el compartir a través de esta mágica oralidad la tela de mis sueños. Que los renglones callados se levanten y se hagan voz y les digan, y te digan el por qué y el cómo de esta literatura desde la historia que desde 2004 vengo urdiendo en dos telares –la Imaginación y la Memoria- para ofrecer a los jóvenes… y a todos.

¿Ofrecer? ¿Y no sería más adecuado, no resulta más puntual usar la palabra que de mi corazón llega a los labios de Enrique, y que es OFRENDAR?

Ofrendar, porque es la entrega de algo sagrado, de algo que comencé a atisbar desde que era una niña –una niña que leía-, de un brillo de tesoro custodiado por tapas de libros siempre hermosos, libros eternos hechos de eso: de Imaginación y de Memoria, libros y rostros para llevar por siempre ahí, en esas dos potencias o en esos dos jardines, en esos dos lagos : tu imaginación y tu memoria.

Y entonces, cuando esas dos potencias –imaginación y memoria- se suscitan, ¡hágase la magia!

Y mágica es la historia que he vivido desde ese 2004 en que escribí mi primera novela, El Disco del Tiempo, con la que gané el Premio Barco de Vapor y pude abrir la anhelada puerta que guarda la puerta de los sueños, o mejor, de la ensoñación consciente.

Dice mi filósofo de cabecera, Gastón Bachelard, que “una ensoñación, a diferencia del sueño, no se cuenta. Para comunicarla hay que escribirla, escribirla con emoción, con gusto, reviviéndola en cada palabra escrita”. Del mismo modo, en esa primera novela, yo tuve una ensoñación con la Historia, con un período histórico del que muy poco se sabe y que por los restos arqueológicos se antoja magnífico, rutilante: la época llamada minoica, en la isla de Creta, durante la Edad de Bronce.

Y empecé a soñar en esa Historia desde adolescente, a los catorce años, que descubrí en un libro de esos que les mencionaba, los custodios de Imaginación y Memoria, una reproducción del llamado Disco de Festos.


¡Un mensaje jeroglífico! ¡Una escritura indescifrada! Dibujos hermosos dispuestos en espiral: una barca, un delfín, un remo, una espiga, un rostro, otro rostro, un hombre caminando, una rosa de ocho pétalos en el centro… y todo me hablaba, me hacía soñar, preguntarme cómo serían los hombres o las mujeres que cifraron ese disco de arcilla, del que puede decirse es el primer impreso de la historia. El primer impreso.

También dice mi filósofo de cabecera que hay que tener hambre de libros y que si hay que rezar, además de pedir el pan de cada día, pedir por el hambre cotidiana de libros. Y no hay manjar que abra más el apetito que una escritura indescifrada, que está quizá a punto de revelar su secreto.

“La experiencia estética es la inminencia de la revelación”, ha dicho Borges y todos esos sentimientos, toda esa hambre tuve yo con ese disco de Festos, ese disco impreso, ese libro, como Enrique, ángel, mensajero de trascendencia, cuando tenía 14 años.

Para construir esta novela realicé mucha investigación, descubrí textos estremecedores de estudiosos que consagraron su vida a resucitar el espíritu de la civilización minoica, hechos accesibles hace algunas décadas a través de la colección de los breviarios del Fondo de Cultura Económica, como El Toro de Minos de Leonard Cottrell, y Arqueología de Creta, del fascinante John Pendlebury, que muriera como héroe en Creta durante la Segunda Guerra Mundial, fusilado, resistiendo la invasión alemana.

Los sueños de los hombres se encuentran a través o a pesar de los siglos y no sabía yo a los 14 años, cuando descubrí el Disco de Festos en ese libro tan adolescente como yo, que mis ojos hipnotizados estaban recibiendo los sueños de toda una civilización. Que el rey Minos y el arquitecto Dédalo, la princesa Ariadna y el héroe Teseo me estaban llamando para que yo reviviera con emoción, con gusto y apasionadamente las claridades de su mito y las sombras de su historia.

Desde niña también soñaba con la Atlántida. La imagen de ruinas sumergidas es para mí la belleza absoluta. En esa investigación que les digo encontré la hipótesis –para mí muy convincente- de que la Atlántida fue en realidad la civilización de la isla de Creta, la civilización de Minos, la que hizo el Disco de Festos, y que fue destruida por sismos y tsunamis producidos por la explosión de la cercana isla de Thera, en cuyo centro explotó un volcán.

Sismos.

Enormes olas.

El Agitador de la Tierra.

Poseidón.

Poseidón, que vengativo por las faltas de Minos destruyó su imperio, su talasocracia, su poder del mar. Crujieron los huesos de la isla resplandeciente, se abismaron los palacios y los supervivientes quedaron tristes, temerosos entre escombros y fueron débiles ante la invasión de los señores guerreros de la Grecia continental, los fieros micénicos.

¿Sismos?

Cuando yo tenía veinte años, en 1985, ocurrió en la Ciudad de México un sismo de enormes proporciones. Mi entorno se desmoronó. Las calles destruidas, edificios altísimos derrumbados, como monstruos antediluvianos, con el dolor humano entre los escombros. Oscuridad. Miedo. Olor a muerte. Silencio. Y en esas noches que siguieron, que dormíamos en la calle, en los autos, por miedo a los derrumbes, sucedieron réplicas del sismo y yo escuché el toro de la tierra, una ronca voz despiadada y atrozmente hermosa, implacable, la misma que escucharon Minos y Ariadna y Teseo y Dédalo. La misma que escuchó el arqueólogo Arthur Evans en Creta, durante sus excavaciones, en un tremendo sismo que le hizo entender todo: la dimensión telúrica de la civilización cretense, la fuerza del epíteto Agitador de la Tierra, para Poseidón, los sacrificios cruentos que ahí sucedieron, el Pánico y el Todo.

Así yo entendí o creí entender en esas noches de 1985 la dimensión telúrica de mi país, México. No solo como un dato científico, sino como la condición de posibilidad, desarrollo, creencia y supervivencia de mi gente, de los antepasados aztecas, de su sabiduría cifrada en el mito del Quinto Sol, Sol de Movimiento.

Así yo entendí o creí entender en esas noches de 1985 el milagro que es estar vivo y el poco tiempo que tenemos para venir a florecer en la tierra. La responsabilidad que tenemos con nuestros antepasados, con nuestros contemporáneos y con nuestros herederos. La urgencia de crear una edad de oro en la oportunidad que nos ofrece este presente, de dejar un imperecedero disco de Festos, disco del tiempo, sea mensaje, oración, himno o sueño, para tocar alguna vez un remoto corazón y enamorarlo para siempre.

Con ese imborrable recuerdo del sismo mexicano de 1985, me aproximé en ese libro al sismo que destruyó Creta en el siglo XVII antes de nuestra era. Con el recuerdo de la voz del toro. Con la urgencia y el hambre de encontrar la raíz de los sueños en esa isla llamada Creta.

Visité los jardines, los lagos de la Imaginación y la Memoria y urdí ese libro para tu imaginación y tu memoria.

Investigué y soñé.

Me ensoñé y escribí.

Con gusto, con pasión y con el ferviente deseo de que los jóvenes lectores revivieran ese mundo, que ellos pusieran en operación esa magia.

Esa magia y los sueños que me entregó ese disco de arcilla son los responsables de que yo esté aquí con ustedes, a través de Enrique, pues fue la secuencia de El Disco del Tiempo, la novela El Disco del Cielo, con la que mis letras entraron en Gente Nueva en 2011 y mi corazón para siempre.

Muchas gracias.


domingo, 29 de abril de 2012

IV Congreso de la Palabra: Palabra en obras


El Instituto de la Cultura de Guanajuato realizó por cuarta vez consecutiva el exitoso Congreso de la Palabra. Silvia Molina, Antonio Malpica, Mónica Hoth, Carola Díez, Eliana Pasarán, Julio Edgar Méndez, Leopoldo Navarro, Levit Guzmán y otros destacados creadores participaron del 23 al 27 de abril en unas jornadas tan inolvidables como las de las ediciones anteriores del Congreso. Es notable la respuesta del público año tras año, pues centenares de voluntades han sido arrebatadas por el entusiasmo que genera la palabra y personas que se han sentido convocadas han acudido a enriquecer el Congreso con sus aportaciones, su entusiasmo, curiosidad y análisis. 
Tuve el honor de ser invitada a compartir mi camino literario en la clausura del Congreso, el 27 de abril a las 6 de la tarde, donde construimos entre todos un vibrante diálogo. Como en el Primer Congreso de la Palabra, dedicado a la oralidad, donde presenté el proyecto Voz y Mirada, en este consagrado a las maneras de leer, nos fuimos del auditorio del Hotel Hotsson, pero nos quedamos y nos quedaremos siempre en la Palabra.

El Naranjo y Copo de Algodón: presentes




Palabra en obras
Por María García Esperón

En el fondo de cada palabra, dijo un poeta francés, Alain Bosquet, asisto a mi nacimiento. Cuando por algún merecimiento o por un don podemos llegar al fondo de las palabras, es entonces que nacemos.
Y en ese momento de privilegio, el mundo nace con nosotros. Se hace nuevo, nos situamos en el centro de los acontecimientos, en el centro mismo de nuestra propia historia, en el centro del devenir, y ya no nos escapamos hacia el olvido, sino que misteriosamente permanecemos en la memoria.
Porque somos seres destinados a la Memoria, por don o por merecimiento. Porque somos seres que rehuimos el olvido, esa enfermedad del alma, como la definió Platón. Y para derrotar el olvido tenemos precisamente la Palabra.

Durante la conferencia de Julio Edgar Méndez y Leopoldo Navarro

La Palabra nos tiene. De ella, de la Palabra como portadora de Memoria, quiero hablarles y describirles un poco el camino de asombro que he recorrido desde que escribí la primera frase de mi primera novela, centrada en el mundo griego y construida en torno al primer impreso de la historia: el disco de Festos, un mensaje dejado por hombres remotos y confiado a una fosa en un palacio de la isla de Creta hace 3600 años.
Escribí imantada por ese antiguo mensaje, todavía indescifrado. Por esos jeroglíficos que yo intuía palabras y que sin cesar me hablaban sin revelarme su secreto desde que los descubrí, adolescente, en un libro de arqueología que al azar hojeaba.
Pero ¿existe el azar? No si de letras se trata, no si de la palabra se trata. No si se trata de la memoria. No si se trata de leer la voz escrita de un ser humano o de varios que quisieron dejar una huella de su paso por este sueño que llamamos vida. A los 14 años el disco de Festos me habló, y quedó para siempre en mi memoria.

Con Jesús Rodríguez, coordinador de la Biblitoeca El Nigromante

Pasaron muchos años y yo, por leer al lado de mi hijo literatura infantil y juvenil, sentí la necesidad de escribir un libro. El tema advino a mi conciencia como una saeta: el disco de Festos. En el año 2003 yo había descubierto apasionadamente Internet y sus recursos y sentí que por alguna razón misteriosa, el disco de Festos de los antiguos minoicos y la red de redes tenían que asociarse, siendo ambos en un sentido una especie de laberinto. Y escribí la novela poniendo como personaje principal a un joven francés real que mantenía por entonces un muy completo sitio web, desde la óptica del aficionado, si se quiere, pero con el entusiasmo y pasión que los aficionados tienen por los temas que aman.
La investigación corrió al parejo con la creación literaria. La Memoria y la Imaginación se conjugaron en un ejercicio literario que me resultó apasionante por sí mismo. Creaba personajes y podía conversar realmente al menos con uno, Philippe, el chico francés, que seguía los pasos de mi novela con un enorme entusiasmo, nos comunicábamos a través de una caja de chat, situación que se recrea en la novela. Y de este modo me empecé a acercar al centro del misterio del disco de Festos. En la parte de investigación, los estudiosos del disco insistían en el hecho de que no podía descifrarse a menos que se encontrara un objeto parecido, otro disco que portara algún signo afín.

José Alberto López García  es coordinador general de las Casas de Cultura en Guanajuato

Al terminar de escribir el libro, fue publicado en la revista National Geographic un hallazgo portentoso: en Alemania, en Sajonia Anhalt, buscadores de tesoros habían encontrado un disco de bronce con incrustaciones de oro que figuraba el cielo estrellado y al que de inmediato se empezó a llamar El Disco del Cielo.
Y de inmediato, con ese título, me puse a escribir la continuación de mi novela, a la que había llamado “El Disco del Tiempo”. La llevé a un concurso importante de literatura infantil y juvenil y casi me olvidé, tan absorta estaba en la ficción que había emprendido, en esa vida en las páginas, en ese brillo de oro del otro disco, que lleva en su superficie uno de los signos del disco de Festos: los siete puntos que figuran las Pléyades, esas estrellas tan importantes en el hemisferio norte, tan relacionadas con la agricultura y las lluvias. Las Pléyades, ese signo de 7 puntos, empezó a dibujarse ante mis ojos como una Palabra.
Pasaron los meses y el Conaculta y la Editorial SM me informaron que había ganado el premio El Barco de Vapor. De esta manera mi novela y mi sueño, mi amigo francés y mi pasión adolescente por el disco de Festos pasaron a formar parte de un libro. Se convirtieron en Palabra, en portadora de Memoria. Y desde 2004 este libro ha sido apetecido por muchas escuelas en México, Centroamérica y Chile por su temática centrada en la cultura griega y porque presenta un mundo interrelacionado a través de internet.
Apenas el año pasado, supe que el Ministerio de Cultura de Costa Rica había adoptado El Disco del Tiempo como parte de las lecturas oficiales para secundaria. Por esos meses, National Geographic –otra vez!- realizó un programa de televisión para su serie los expedientes antiguos X, centrada en el disco de Festos. Para protagonizarla invitaron a una persona extraordinaria, un estudioso británico apasionado de Grecia y en particular del disco, que ha adoptado Creta como su patria y se ha casado con una arqueóloga griega. Gareth Owens se llama este estudioso, quien al revés de todos los demás expertos del Disco de Festos afirma que el desciframiento está cercano. Él también relacionó el mundo de las computadoras con este objeto tan antiguo y llevó el disco a un musicólogo para que a través de un programa de computadora lo tradujera a un patrón musical. Y así fue, así se hizo. El experimento reveló la estructura del mensaje, pues se repite una especie de estribillo. Una rima. Es un poema, un himno, tal vez en honor a la Diosa Madre de Creta, que no es sino la Madre Universal, la intemporal, la única, el Eterno Femenino de Goethe y nuestra madre concreta, la de cada quien, la que nos ama y espera, y la Madre Tierra.

Con Alex, Pepe y Liliana, los organizadores del Congreso de la Palabra

Y, aquí viene lo emocionante, en esos meses ese investigador brillante, una especie de Indiana Jones académico y muy gentil, se comunicó conmigo pues había visto mi libro en Amazon y me solicitó atentamente que se lo enviara. Lo que hice de inmediato, también llevada por fervor patriótico. No es común que esos intereses arqueológicos provengan de Latinoamérica, son las escuelas arqueológicas del Reino Unido, Francia y Alemania principalmente, las que han apostado capital e inteligencia para develar el pasado de Europa. Pero es que el pasado de Europa es también nuestro pasado, como latinoamericanos, pues tenemos las dos tradiciones, la occidental y la indígena americana. Tenemos todas esas Palabras y nuestra aventura humana tiene la obligación o el fervor de develarlas todas.
Volviendo a lo emocionante, desde 2004 yo he publicado en internet –primero en sitios web y después en blogs- mucho material en torno al disco de Festos. Conectado con la emisión del programa de National Geographic que les cuento, comenzaron a llover en el blog que dedico a mi novela El disco del tiempo multitud de visitas de países hispanohablantes.
El Disco de Festos era propiedad británica, y francesa, en un sentido! Y con este sueño, con esta novela juvenil y su reverberación en internet, se ha contribuido a aumentar la cultura del disco de Festos en el mundo hispanohablante. He tenido además interesante correspondencia con profesores costarricenses especialistas en cultura clásica que se han interesado en el libro y han elaborado material para que los alumnos de ese país puedan comprender cabalmente el mundo de Europa y de Minos, de la princesa Ariadna y su madre Pasífae, de Teseo y el Laberinto. Nada más y nada menos que la cuna de los mitos.
Y ya que hablamos de mitos, es misión del poeta, dijo el gran Jorge Luis Borges, hacer que las palabras vuelvan a sonar como mitos. Que las palabras con minúscula vuelvan a ser Palabra. Así, con mayúscula. Que eso de sagrado que tienen los mitos permee en el discurso cotidiano. Que volvamos a ser grandes de palabra, que rescatemos el lenguaje de la destrucción y del olvido, que temblemos como enamorados ante la belleza de una sola palabra, por ser portadora de tanta memoria, de tanto anhelo, de tanto amor.
No hay nada más hermoso, más eufónico y misterioso, que el nombre del ser amado. Es la palabra por excelencia, la que brota en los paisajes que recorren nuestros ojos. Ese nombre es sagrado, inagotable, puro como el agua pura, melancólico y esperanzado. Sentido en sí mismo, talismán de inmortalidad y de memoria
Amar a alguien es decirle: tú no debes morir, dijo Gabriel Marcel.
Por el amor, que nos hace ver a los otros como los ve la divinidad, dijo Borges.
Pues así, como el nombre del amado, es todo el mundo a la luz de la Palabra.
Ella, la Palabra, nos presenta todo el mundo atravesado por ese vibrante misterio, por esa belleza ineludible que nos hace enamorarnos, que nos llena de entusiasmo, que nos lleva a emprender aventuras como la que les he narrado, en el curso de las cuales caminamos como si lleváramos una antorcha encendida en la mano, sí, como la llama olímpica, para que nunca se extinga el fuego en el altar de la Palabra. Para que sigamos siendo seres de inmortalidad y de memoria. Brillantes y vivos. Renacidos. Para que seamos Palabra de honor, palabra de amor, Palabra en Obras. Depende de nosotros.


Todo es Palabra en la clausura del IV Congreso de la Palabra

Frente al gobelino del hotel Hotsson de León

Silvia, María del Carmen y Mara y Todo es Palabra


En la clausura del IV Congreso de la Palabra, en la ciudad de León, Guanajuato, pudimos compartir con más de 300 maestros, bibliotecarios, promotores de lectura y más entusiastas del libro y su magia algunos poemas que Aurelio González Ovies dedica precisamente a la Palabra. Jesús Rodríguez, Coordinador de la Biblioteca El Nigromante de San Miguel Allende y yo comentamos la experiencia que tuvimos en la biblioteca el mes de marzo que hicimos el voto y el compromiso de lanzar la poesía del creador asturiano para todo México, desde el corazón de México. Leí el primer poema de "Tocata y Fuga" y para terminar ese poema breve que el poeta ha titulado "Desiderium" y que enunció para todos mucho de lo que ocurrió en León en estos días, en torno a eso que llamamos Palabra.
 "Todos quisiéramos dejar aquí un poema como la vida..." dice Aurelio en ese poema que llovió en forma de hojas de colores sobre los asistentes, que se sintieron dichosos de atraparlo al vuelo.
Posteriormente realizamos un pequeño video con la espontaneidad de quienes nos quedamos conversando al final del Congreso sin querer romper el círculo mágico: Julio Édgar Méndez, escritor brillante y hombre de palabra, Levit Guzmán, locutor, Pepe López García, Coordinador General de las Casas de Cultura de Guanajuato, Javier Orozco, editor, escritor y catedrático; Mara Rodríguez Briones, que iba en pos de Palabra para llevar a la biblioteca del Instituto Oviedo de León, María del Carmen Pérez, psicóloga, Silvia García de Ling, entusiasta promotora de lectura y el joven Christian Ramírez, que realizó el apoyo técnico durante las conferencias.


sábado, 21 de abril de 2012

En el nombre del libro: Hacia una nueva Alejandría





En el nombre del libro

Hacia una nueva Alejandría


Por María García Esperón


En el nombre del libro… Hacia una nueva Alejandría… ¿Qué hay en estas expresiones, en estas palabras que dan título a la charla que sostendremos hoy, en una tarde mexicana del siglo XXI y del incipiente tercer milenio?
Hay mucha historia. Hay esperanza en la palabra, en la comunicación entre los seres humanos y hay una voluntad por ir hacia el pasado para traer sus mejores tesoros a este nuestro presente que nos aparece a veces desorientado, perplejo, hambriento de palabra, de sueños, hambriento de libertad y de libros.
Los libros, dijo Jorge Luis Borges y me gusta repetirlo, son extensiones de la Memoria y de la Imaginación. Así, con mayúsculas: Memoria. Imaginación. Memoria para los antiguos griegos era una diosa, Mnemósyne y era la madre de las Musas, por tanto la madre de las artes y de la historia.
Imaginación es la facultad relacionada con esa capacidad que tenemos los seres humanos de convertir nuestros sueños en realidad.
Otro poeta, Federico García Lorca, dijo que los mitos creaban al mundo.
Y el mito es en muchos sentidos un sueño.
Y el mito es en muchos sentidos una palabra.
Los sueños y las palabras, queridos amigos, crean el mundo. O mejor: crean un mundo más pleno, más sensible, más bello.
En esa creación de mundos bellos, sensibles y plenos, el instrumento  por excelencia es el libro. Y en su nombre les propongo que hagamos un viaje en el tiempo y en el espacio y nos traslademos desde el tercer milenio al primero –unos trescientos años antes del primero-; del siglo XXI al siglo IV a.C., del fugitivo presente al misterioso pasado.

Y en el nombre del libro brota el nombre de una ciudad: Alejandría. El faro del mundo antiguo. La Ciudad del Faro. La Ciudad de la Biblioteca. La primera que justamente podría llamarse la Ciudad del Libro.
Antes de ser una ciudad, Alejandría fue un sueño. El sueño de un ser humano excepcional, que se llamó Alejandro y a quienes sus contemporáneos y la posteridad honraron con el epíteto de El Grande, el Magno. Alejandro Magno.
Este gran soñador, como han sido aquellos que nos han entregado el maravilloso mundo en que vivimos, además de ser príncipe de Macedonia, guerrero por destino y conquistador del mundo, era un apasionado del libro, que por aquel entonces tenían forma de volúmenes, esto es, de rollos. Es fama que dormía con los rollos de la Ilíada y con una daga macedónica bajo la almohada. Las letras y el poema homérico lo impregnaron de tal modo que su conquista de Oriente se inicia en Troya –en la actual Turquía- donde dejó una ofrenda en el túmulo de Aquiles. Siempre quiso comportarse a la altura de los héroes que veneraba, ser digno de los dioses y ser digno de sus sueños.
Por eso la ciudad que lleva su nombre, la inmortal Alejandría de Egipto, participa de esta cualidad misteriosa. Es un mundo surgido de un soñador. Es un mundo surgido de un nombre. De todo eso que resonaba en el nombre de Alejandro.
En Egipto, donde fue aclamado como Libertador, navegó de Menfis al Delta y en las proximidades del Lago Mareotis visualizó el sitio ideal para hacer una ciudad. Estaba tan convencido, miraba tan bien el futuro, que arrastró a arquitectos e ingenieros en una caminata frenética: aquí será el mercado, aquí el templo, aquí el camino real. Quería dibujar la ciudad en el suelo pero no tenía cal, y un hombre le ofreció un saco de harina. Casi inmediatamente después de trazada sobre la base de la clámide (capa) macedonia, las aves descendieron a alimentarse y esto se convirtió en un oráculo. Alejandría alimentará a muchas generaciones de hombres.
Pues ese sueño nos sigue alimentando.
Alejandro no vio construida su ciudad. Llegó a ella muerto, momificado en un carro magnífico. Su compañero de armas Tolomeo, que reinaba en Egipto, logró quedarse con el cadáver real que todos disputaban, para de este modo hacer sagrada la ciudad de Alejandría, la nueva capital de Egipto.
Y se construyó una tumba magnífica, llamada a veces Sema y a veces Soma, que en griego significan respectivamente, Tumba y Cuerpo. Ya Alejandría estaba dividida en cinco barrios, designados con las primeras letras del alfabeto griego: alfa, beta, gamma, delta, épsilon, que tradicionalmente componen por sus iniciales una frase griega: Alexandros basileus genos Dios ektise genos aeimneton (Alejandro, hijo de Dios construyó una ciudad memorable).
La ciudad del Faro. La Ciudad del Museo. La Ciudad de la Biblioteca.
Nunca tantas cosas han sido pensadas por tantos sabios extraordinarios en un solo lugar: la Biblioteca.

Aristarco de Samos entrevió el giro de la tierra alrededor del Sol, calculó las distancias relativas entre el sol, la tierra y la luna. Hiparlo de Nicea vislumbró la precesión de los equinoccios. Aristófanes de Bizancio edificó el primer diccionario y Euclides alumbró su geometría. Allí los poetas del mundo helenístico avanzaban ilusionados y vestidos de blanco para hacer entrega de sus volúmenes. Allí pasaron admirados Julio César, y Augusto y ahí y sólo ahí se tradujo la Biblia al griego.

La Biblioteca… ¿qué era, que no es la biblioteca sino un diálogo con la cultura? El diálogo no se puede destruir, no se puede quemar. Cuando los árabes tomaron Alejandría en el siglo VII la cultura grecorromana estaba exangüe. Ya los cristianos habían despedazado a la matemática Hypatia y arrancado las inscripciones jeroglíficas del templo de Filoé.

Dijo Bernard Shaw en su obra “Antonio y Cleopatra” que la Biblioteca de Alejandría es la Memoria de la Humanidad. Esta Memoria es sagrada, ¡sigue siendo una diosa! En su nombre y en el del libro volvamos de este viaje de palabras que hemos hecho, retornemos de los orígenes deseados y contemplemos desde el siglo XXI y el albor del Tercer Milenio la posibilidad de una nueva Alejandría, brotada también de un sueño, y hecha a la medida humana, como la antigua fue trazada siguiendo el contorno de la capa de Alejandro.

Hace 7 años, yo le escribí en forma de novela una larga carta a Alejandría, a una ciudad sumergida, a una Biblioteca quemada, borrada o hundida, a un faro de ojo ciego. Esa carta siguió un camino que yo solamente podría describir como mágico: ganó un concurso internacional, se convirtió en un libro, fue distribuido en varios países latinoamericanos y se llama precisamente “Querida Alejandría”, uno de los libros que conforman la selección del proyecto “Libros Libres” que hoy me trae ante ustedes. Este libro ha transportado mi sueño y lo ha puesto ante los ojos de muchos jóvenes, principalmente, a los que he podido transmitir mi amor por Alejandría, por su biblioteca, por su conocimiento y por su poesía.  Quiero pensar (y quiero soñar) que todo esto construye una nueva Alejandría donde no hay fronteras ni barreras ni guerras ni incendios ni destrucción de bibliotecas, sino un diálogo que construye humanidad.

Un sueño es un acto íntimo. Surge de la interioridad más profunda, de ese lugar donde duermen y se alimentan nuestros anhelos, nuestros deseos. No hace falta ser ni famoso ni poderoso ni personaje histórico para que ese acto íntimo que se llama sueño  se ponga en operación y nos entregue y entregue a los demás un mundo nuevo y esperanzado, una nueva Alejandría.
En el nombre del sueño y en el nombre del libro, muchas gracias.


*Conferencia pronunciada en el Auditorio de Bancomer para el lanzamiento del programa Libros Libres, auspiciado por Ediciones El Naranjo, en la institución.

La presentación a cargo de Raúl Henry

Con Angélica Antonio y Raúl Henry frente a los libros libres

Con Ana Laura Delgado y Raúl Henry

Con Nora Patricia, doctora en medicina y lectora impresionante.


Aurelio González Ovies: El poeta que viene del Norte




martes, 10 de enero de 2012

Desiderium, de Aurelio González Ovies


Todos quisiéramos dejar aquí un poema
como la vida,
un verso en pleamar como una playa,
un verso infinito como una claridad,
un verso mortal como un disparo,
un verso donde esté escrita la pena trashumante
con todas sus guitarras,
un verso en que se posen los acontecimientos.

Todos quisiéramos marchar libro adelante
a través de una historia que se aleja
o el jardín de algún nombre muy antiguo
o morir para siempre en una página.
Porque todo nos nombra,
todo nos dice, todo nos afirma,
todo nos inunda.

Todo es mentira y es verdad y es ilusión y frío y nombramiento
y libertad y cárcel.

Todo es palabra.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Viaje al centro de la felicidad

Viaje al centro de la felicidad
La lectura como eudaimonía

María García Esperón

Los niños lectores encuentran en el libro el espejo de su condición sagrada.

Estamos aquí para hablar de libros y de jóvenes en primer lugar del sentimiento más poderoso que la lectura convoca, el que emana desde la primera página hasta la última, el que queda flotando en el aire cuando se cierran las tapas de estas extensiones de la memoria y de la imaginación, que como dijo Borges, son esencialmente los libros.
Para el sabio Aristóteles, toda vida es una eudaimonía: una tendencia hacia la felicidad. En este sentido, todo volver las páginas y repasar con el dedo los renglones, evocar alguna palabra, un verso o una historia leída es una voluntad de felicidad. Leer, así, sería una ética que persigue la felicidad como su fin último, pero una ética y una persecución que va encontrando su fin en su mismo hacerse, en su mismo leer y leerse.
Quien practica un arte o un deporte ha sentido ese estado especial que parece crear una burbuja protectora a su alrededor: al bailar el estrés se suspende, al pintar los colores del mundo cambian de velocidad y de tesitura y se hacen amables, al entonar la piel y los músculos en el juego en equipo y acelerar la sangre y el entusiasmo queda un remanente de buen humor y de apetencia de más juego, de más oxígeno, de más colores. Los artistas y los jugadores repiensan el mundo y lo re-sienten, lo resignifican y lo dignifican.

Quienes leen mucho han soñado mucho. Y quienes mucho han soñado y leído también han amado incansables, han amado por toda la eternidad y gracias a que han leído ese amor que se vive en todas las letras del mundo se conservan eternamente jóvenes.

Así el lector distendido en su libro, a pegaso de letras y alado de párrafos vuela en pos de espacios felices que son el vuelo mismo. Un libro y un filme –La historia interminable- han tipificado admirablemente esos momentos mágicos en que nos urdimos de letras al introducirnos valerosos y confiados, guerreros y amantes en lo que dicen los libros, en lo que nos dicen los libros.
Porque al leer dejamos de ser nosotros mismos para convertirnos en nosotros mismos pero plurales, polidimensionales, potencialmente infinitos. Cuando la infancia descubre la lectura en este sentido no apetece juego más alado, magia más absoluta. Los niños lectores encuentran en el libro el espejo de su condición sagrada. Porque la infancia es ese estadio de la edad humana en que la realidad se percibe en su misterio completo, en sus colores prístinos, en su sol absoluto, en sus cuevas llenas de tesoros y en el amor inmortal y dulce y misterioso y puro.
Quienes leen mucho han soñado mucho. Y quienes mucho han soñado y leído también han amado incansables, han amado por toda la eternidad y gracias a que han leído ese amor que se vive en todas las letras del mundo se conservan eternamente jóvenes. Porque han labrado su interioridad con el cincel purísimo de la conciencia de quien ha escrito esas letras que filtran su sonido como una caracola por el oído todo ojo del lector, sobre todo cuando éste es un niño, cuando ésta es una niña.

Porque nos reconocemos felices cuando leemos. Felices y satisfechos. Porque en nuestro leer tenemos la llave para hacernos felices, para alcanzar el ser pleno.

El arduo Gilgamesh de la voz cuneiforme pidió a Utnapishtim le revelara el secreto de la inmortalidad. Con gusto lo haré, dijo el Noé babilónico, te lo diré en el curso de mis historias, que has de escuchar sin dormir, aunque te parezcan largas o con vocablos y expresiones sin aparente pertinencia. Entreverados en mis sentencias, mis descripciones, mis memorias encontrarás la inmortalidad, la juventud, el amor, la eternidad. ¡Pero no te duermas, Gilgamesh! Y Gilgamesh cansado por el viaje emprendido y por sus muchas aventuras, se duerme y no se entera. Del mismo modo el dormido Odiseo no se enteró que estaban a su alcance los perfiles de su Ítaca cuando sus compañeros abrieron la bolsa de los vientos que los llevaron otra vez al exilio y a la incertidumbre que obtienen quienes no están despiertos del espíritu, quienes no escuchan con la mente, quienes no leen con la piel y el amor y la esperanza y los ojos bien abiertos.

Porque no basta leer por prescripción y convertirte en estadística o en índice de lectura. Hay que leer despierto, hay que despertarse en los textos. Hay que despertar al texto. Besarlo con el amor del alma, beberlo con toda la sed de los desiertos, romper los cardos y las ortigas de los cien años de olvido, atravesar con la espada del entusiasmo al dragón de la indiferencia, a la hidra de la ignorancia conforme, al leviatán de la moda que uniforma y tipifica y anestesia la conciencia anhelante.

Porque nos reconocemos felices cuando leemos. Felices y satisfechos. Porque en nuestro leer tenemos la llave para hacernos felices, para alcanzar el ser pleno, otra vez: eudaimonía eufónica y sinfónica, donde escuchamos resonar nuestras potencias intelectuales y afectivas como si de un concierto se tratara, donde escuchamos con los ojos las voces de nuestro pasado y percibimos el murmullo esperanzado de nuestro futuro. Leer es la experiencia completa, la máquina del tiempo, la alfombra mágica, el viaje efectivo y poderoso al centro presente y perfecto de nuestra propia felicidad.

*Conferencia pronunciada en el Infonavit. México, D.F. Febrero 2011